Dudas y emoción en el viaje para escapar de la guerra: «¿Tenemos que pagar la comida?»

Los refugiados que abandonan Leópolis llegan a la frontera polaca sin ser conscientes del largo trayecto que les espera hasta sus nuevos hogares
Marta Prevarska, de 63 años, se subió sola a un autobús a las nueve de la mañana en Leópolis (Ucrania), en el mismo vehículo en el que lo hicieron también Tanya Haholkina, de 61 años, y su hija Zoia, de 35, las dos dejan atrás a sus maridos. «Están en el Ejército», explican entre sollozos. El que se pudo librar de ir a la guerra es Vitali, de 31 años, que viaja con sus tres hijos pequeños Artem, Ruslan y Alan. «Los padres de familia numerosa estamos exentos de ir a luchar por una norma que sacó el Gobierno», señala. Con él van también su mujer, su madre y su suegra, pero en Ucrania se queda su hijo mayor con su abuela. Todos ellos fueron recogidos por los voluntarios del Banco de Alimentos Rías Altas (Balrial) en Rzeszów (Polonia). A pesar de que la distancia que separa las dos urbes es de poco más de 170 kilómetros, el trayecto duró seis horas.
Desde la fundación Kolo, con sede en Leópolis, apuntan que para organizar la salida de los refugiados trabajan con el Ayuntamiento de esa urbe y el de Truskavets. «En el caso de este grupo, se coordinó con AGA-Ucraína. Nos dijeron que había casas de acogida para 21 personas en Galicia y nosotros las ofrecimos. Además, trabajamos con colegios y otras entidades para organizar la salida de la gente. Están ofreciéndonos ayuda desde diferentes países y en cuanto tenemos lugares disponibles, avisamos a las personas interesadas», indica Maxim. Una decisión que la mayoría toma de forma inconsciente con el único objetivo de ponerse a salvo. Así, el grupo recogido por la oenegé coruñesa se subió a los vehículos sin tener muy claro cuándo llegarán a su destino final. «¿Tenemos que pagar la comida?», preguntó Marta a los voluntarios en la primera área de servicio en la que pararon. Una vez supieron que los víveres que consuman durante el trayecto, así como las noches en los hoteles hasta llegar a Galicia, están cubiertos, se relajaron.
Ahora, en el viaje, se preocupan por el idioma y muchos preguntan si podrán aprender rápido español, mientras que otros piensan en volver a Ucrania «en cuanto la guerra acabe».
Después de parar a comer, la caravana se detuvo en Dom Pielgryma, un albergue en Kalwaria Zebrydowska, a dos horas de Rzeszów, punto de encuentro de numerosos ucranianos, que pasan allí los días a la espera de disponer un lugar al que ir. En esta parada, la entidad coruñesa sumó nuevos pasajeros, Olena Rubanenko, de 32 años, su hijo, Iván, que el día 17 cumplirá cuatro, y su perrito, Beni. «Nos pidieron a través de una conocida si los podíamos recoger y llevar a A Coruña, donde vive su hermana», explican desde Balrial.
Pabellones para los refugiados
No fue la única petición que recibieron, ya que desde la asociación gallega de ucranianos les preguntaron si disponían de otros cuatro asientos para una familia que se encontraba en un pabellón habilitado para refugiados cerca de la localidad polaca de Radymno, a 90 kilómetros de Leópolis y a una hora de distancia del lugar en el que los coruñeses recogieron al primer grupo. Desde allí partieron numerosos autobuses llenos de gente hacia diferentes destinos, y también una de las cinco furgonetas de Balrial, que se separó de las demás para ir a buscar a Borys Zarkikh, de 62 años. Él, al igual que Vitalii, pudo abandonar Ucrania porque los mayores de 60 años están exentos de unirse al Ejército. Viaja con su mujer Iryna, de 60; su hija Anna, de 42, y su nieto Iván, de 15.
A pesar de las constantes muestras de solidaridad y el ajetreo de camiones con ayuda humanitaria para los ucranianos, en ocasiones, la burocracia se impone. Como ejemplo el caso de Marta, que pidió a los voluntarios coruñeses que la llevasen a una farmacia a por su medicación para el pulmón, ya que se le están acabando las pastillas. Sin embargo, ninguna accedió a vendérselo sin receta médica. Además, ya en territorio alemán, de camino hacia Galicia, los refugiados no pudieron comer en un área de servicio por no disponer del certificado de vacunación covid.
Fuente: La Voz de Galicia
Periodista: Caterina Devesa277670319_2221993061272127_6026674268216439420_n

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